Y llegó
el mes de febrero, y se acabó una temporada más, o menos, según
como se mire, y los galgueros ya guardan las traíllas después de
engrasarlas bien para pasar los duros meses de primavera y verano,
porque para un galguero la época más ardua del año no es otra que
la que no puede salir al campo con sus galgos en busca de una liebre.
Los perros ya descansan en sus corrales, comen, duermen y toman el
sol, en definitiva, descansan tras una temporada llena de quiebros,
regates y carreras por derecho hasta llegar al perdedero. Mientras
duermen al sol sueñan con esas carreras que están por venir, con
momentos por vivir junto a sus dueños, pero hasta que la nueva
temporada comience los galgueros tendremos de oír barbaridades,
frases sinsentido y demagógicas realizadas desde el más profundo
desconocimiento de un mundo apasionante y humano, sobre todo, humano.
Como
cada mes de febrero, los grupos animalistas vuelven con sus ataques
desaforados hacia un colectivo de miles de personas a las que
desconocen, porque nunca, repito nunca, se han interesado en
conocernos, en vivir con nosotros una jornada en el campo. Vuelven a
achacarnos que matamos a 50.000 galgos cada año, pero no aportan
las pruebas suficientes para demostrar que esta cifra es real. Eso
sí, desacreditan a la Guardia Civil y al Seprona, porque los datos
oficiales les desmienten. Incluso llegan a desacreditar a organismos
como la Fundación Affinity, porque sus conclusiones les dejan en
entredicho.
A partir
de febrero no es raro encontrar en los medios de comunicación
declaraciones de los animalistas en los que describen una vida
deleznable de nuestros galgos. Por enésima vez vuelven a decir que
los perros viven en zulos insalubres, sin luz durante las 24 horas
del día o que los galgueros nos dedicamos a darles poca comida y
agua para que después rindan mejor en la caza, pero el culmen de los
disparates consiste en decir que arrastramos a nuestros galgos con
algún vehículo de motor. Pero todas estas sinrazones tienen eco en
los medios de comunicación generalistas, cuyos periodistas no
profundizan en conocernos. Nosotros, miles de personas de la España
rural, no vendemos tanto como un puñado de animalistas que
convierten a los galgos en simples perros de compañía, aunque
nosotros sabemos que son algo más que eso. La profesión
periodística no pasa por un buen momento. Con plantillas escasas
debido a la crisis económica, el periodista no tiene tiempo para
contrastar muchas informaciones que le llegan y una mala práctica
profesional lleva a la aparición de informaciones sin contrastar y
contaminadas por la visión sesgada de los animalistas.
Pero
volvamos a los pseudodefensores de los galgos. Si analizamos donde se
encuentran las principales asociaciones animalistas que centran su
trabajo en los galgos nos podemos llevar una sorpresa. La mayoría
actúan desde ciudades y provincias donde la caza con galgo nunca fue
practicada. En sus páginas web aparecen localizaciones como Sant
Feliu de Guixols, Esplugues de Llobregat, Barcelona o el País Vasco
y desde allí pontifican acerca de un mundo que desconocen, porque
nunca convivieron con nuestra realidad. Estos grupúsculos profileran
con un puñado de miembros. Son pocos y mal avenidos, porque en la
misma provincia existen varias asociaciones con el mismo fin, un
disparate y un derroche, si tenemos en cuenta que algunas reciben
subvenciones públicas, es decir, dinero de cada uno de nosotros, en
un momento en el que personalmente creo que ese dinero debe ir
destinado a las familias que pasan por un momento económico
complicado. En la segunda mitad del siglo XX surgió el movimiento
ecologista y animalista en las grandes ciudades, precisamente donde
el ser humano más alejado está de la naturaleza y donde menos somos
conscientes de los perjuicios que nuestro día a día generado al
entorno. Curiosamente también en las grandes ciudades es donde están
radicados estos grupos animalistas. ¡Qué casualidad!
Pero
vamos más allá, porque pontifican con mejorar la vida de los
galgos, pero después vemos algunos galgos adoptados con collares
eléctricos, es decir, que reciben descargas en el cuello cada vez
que no hacen caso a sus dueños o que ladran. ¿No es eso maltrato?
También vemos lebreles ya veteranos que fueron 'rescatados' con su
cuerpo deformado por su vida sedentaria en un piso de 90 metros
cuadrados ¿No es eso maltrato? Para nosotros, los galgueros, ese es
el mayor de los maltratos porque desvían al galgo de su instinto
para la caza y correr en grandes extensiones abiertas, que es para lo
que se seleccionaron desde el principio de la humanidad, no desde
hace una décadas, como estos animalistas piensan.
En
definitiva, aconsejo a estos animalistas que abandonen la demagogia
en la que están instalados y se informen bien para poder hablar con
propiedad de una realidad en la que están involucradas miles de
personas. Los galgueros no tenemos ningún problema en mostrar
nuestra afición a quien lo desee. Y por último, por unos desalmados
que maltratan a los galgos y que generalmente se dedican al robo de
perros, no generalicen en un colectivo en el que hay desde niños
pequeños hasta ancianos, que no tienen que pagar por los hechos de
unos delincuentes que deben ser castigados con las leyes vigentes.
Ahí, que no lo duden, los galgueros siempre estaremos junto al
cumplimiento escrupuloso de la ley de maltrato animal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario